CÓBRASELO CARO . ELMER MENDOZA

Autor: Elmer Mendoza
Editorial: Tusquets Editores
Año: 2005
Género: Narrativa



Al reverso: Nicolás Pureco, «Nick», es dueño de tres exitosos restaurantes de comida mexicana en Chicago. Una noche, mientras divaga sobre la pérdida de sus recuerdos, tiene una visión espectral en la que sus padres muertos le instan a que regrese a su tierra natal. Hace entonces varios viajes a la región de México de la que eran oriundos, acompañado por su mujer, Lily, quien teme por la posible demencia de su marido. Nick lleva siempre consigo el ejemplar de Pedro Páramo que sus padres, pese a su poca cultura, leían con misteriosa devoción. Con un telón de fondo digno de Rulfo, Nick deambula desesperadamente por Michoacán, Jalisco, Colima y Nayarit; mezclando sus escasos recuerdos con un mundo mágico lleno de aparecidos, en busca de las piedras que alguna vez fueron Pedro Páramo. Su obsesión aumenta, se le agota el tiempo para reconstruir el cuerpo fosilizado de Páramo y las sombras lo van cercando. Su viaje entre vivos y muertos revelará una verdad insospechada.



Élmer Mendoza nació en Culiacán, México, 1949,  es catedrático de literatura en la Universidad Autónoma de Sinaloa. Actualmente es miembro correspondiente de la Academia Mexicana de la Lengua, así como del Sistema Nacional de Creadores de Arte y de El Colegio de Sinaloa. Es un apasionado formador de novelistas y un comprometido promotor de la lectura. De 1978 a 1995 publicó cinco volúmenes de cuentos y dos de crónicas y en 1999, su primera novela, Un asesino solitario, que de inmediato lo situó, a juicio del crítico mexicano Federico Campbell, como «el primer narrador que recoge con acierto el efecto de la cultura del narcotráfico en nuestro país». Con El amante de Janis Joplin obtuvo el XVII Premio Nacional de Literatura José Fuentes Mares y con Efecto Tequila fue finalista en 2005 del Premio Dashiell Hammett. En 2006 apareció su cuarta novela, Cóbraselo caro, y en 2008, Balas de plata, merecedora por unanimidad del III Premio Tusquets Editores de Novela, que lo consagró como escritor de primera fila en el panorama de la novela hispánica. Después de La prueba del ácido, publicada en 2010, y protagonizada por el detective Edgar «el Zurdo» Mendieta, Nombre de perro continúa esta saga. Élmer Mendoza vuelve a retratar una época y un país de la mano del singular detective que ha traspasado fronteras y es conocido ya en siete idiomas.


Las piedras que resultan del desvanecimiento de Pedro Páramo en la novela de Rulfo es uno de los pretextos para que se desarrolle esta novela de Elmer Mendoza, Cóbraselo Caro. La búsqueda del hogar y el recuerdo de los padres. Regresar a Comala podría ser cualquier lugar. A través de Nick es que nos lleva Mendoza a la peculiaridad de esta Comala que nos presenta desde Chicago dónde Nicolás es dueño de exitosos restaurantes de comida mexicana.  Con un fluir desbordante de diálogos de nuevo Elmer nos lleva a una historia implacable para festejar el 50 Aniversario de la obra de Rulfo, una relectura de aquel viaje hacia el tártaro iniciado por Caronte en un envolvente viento desértico. 

¿Cuan rápido viaja la oscuridad? ¿Cuanto tardan las sombras en desvanecer? es una constante dentro de las líneas de Cóbraselo Caro, la búsqueda de Nick para intentar encontrar algo que alimente el hueco que encuentra en su alma. La muerte un efecto reluciente en la cultura mexicana que se toma con picardía, pero en esta ocasión Mendoza lo lleva con una rapidez que desconcierta sin perder el ritmo de las conversaciones y sin necesidad de marcar quien habla. Todo envuelto entre las oscuras figuras en el ambiente, pálidas sombras en los desiertos que buscan extinguir el frío de la muerte con mezcal y las historias de los más viejos. El viento que se queda atrapado en las ciudades transmutado en recuerdos que dan pista a Nick de quiénes eran sus padres. Personajes que se desvanecen en un suspiro y las anclas que juzgan a Nicolás como alguien que ha perdido la cordura; él sólo está obsesionado con saber quién es. 

Elmer nos lleva a la búsqueda del México entrañable que construimos. No el de la peregrinación para visitar a la Virgen, o el de tomar Tequila, ser macho y romper piñatas. Si no de la herencia cultural que nos legan nuestros padres en nuestras aciones cotidianas, en los recuerdos anecdotarios como en las viejas fotografías o películas caseras. Son las enseñanzas del mundo y la filosofía de la vida el legado único que nos entraña para saber quienes somos, de dónde venimos. Un nombre que no termina en un apellido si no en las generaciones pasadas  que comenzaron a contar una historia de sus abuelos, de sus padres que ahora contamos nosotros. 


Así comienza, Cóbraselo Caro de Elmer Mendoza;

Había perdido sus recuerdos y le gustaba; le quedaban unos cuantos, cierto, pero eran nombres, lugares y frases que apenas le daban un lugar en el mundo; vio sus uñas recortadas y se las sopló: limpias, se talló la barbilla, flan de manzana; su pensamiento era corto, sin olor ni sabor, le acomodaba bien la ligereza, Si la velocidad de la luz es de 300 mil kilómetros por segundo, ¿cuál es la de la oscuridad?, sonrió, ¿Por qué no había llegado Lily?, Siempre se puede elegir el sufrimiento, ¿de dónde sacaba eso? Encendió la tele pero no le entendió. Una frase: todo hombre es una idea de Dios y de sí mismo, sacudió su cerebro engarruñado, ¿qué quería decir? Escudriñó el buró, Qué problema con Dios, apenas aparece y se apodera de todo, entonces uno no puede saber qué dijo, cómo lo dijo y para qué lo dijo. ¿Se había tomado las píldoras? Su mujer debía saber; sin preguntas o respuestas, vivía en un estado de cómoda inconsciencia, dejaba que su mente navegara entre el sí, el no y el no sé, Pero salió de viaje, fue a ver a su padre, ¿dónde vive? A sus hermanos, ¿y los recuerdos, a dónde van? Lo único que no olvidaba eran las piedras: su matiz, su peso, su forma: eran la razón de su vida, su conexión sagrada con el mundo.

Sentado en su cama, recargado en la cabecera, apenas notó que oscurecía. Con graciosa torpeza sus padres se instalaron a los pies, no les puso mayor atención porque creyó que era alguna sombra que al fin se había decidido a irrumpir en su habitación, Llegó tu hora, Nahual, expresó su madre con voz clara, bromeando, Si no te molesta te queremos en el panteón del pueblo, ¿Qué pueblo?, Con tus abuelos, tíos y primos, su padre dejó caer el brazo sobre los hombros de su compañera levantando un polvillo sensual. Aquí fue donde los recordó completamente, accionó el apagador pero continuaron en penumbras, vislumbró sus rostros resecos, él de negro, ella de blanco, elegantes, ajados, pero cariñosos. Encontró sobre el buró el agua y las píldoras pero no las tocó, ¿Para qué quieres luz?, Para verlos mejor, Estamos igual, ¿verdad, tú?, He visto tanto estos días que dudé, La luna es suficiente, Nahual. Fijó la vista, reconoció sentirse sosegado, habituado; claro, tenía años lidiando con las sombras, ¿dónde los había enterrado? Infelices que no encontraban su lugar. Volvió a las figuras que flotaban tranquilas. ¿Hologramas? Para nada: sus padres sonrientes, lejos de la sepia, ¿Significa que voy a morir?, ¿Morir, qué palabra es ésa, tú?, Significa lo que significa, algunas personas lo entienden así, él vio imbatible el muro del azar en su cabeza, balbuceó, Necesito tiempo, olía a maleta vieja, No mucho, se puede decir que unos minutos, ¿lo podrían conseguir? Su padre lo miró severo, Déjate de chiquilladas, Nicolás, le llamó la atención la madre, Tamaño hombrón y con esas tarugadas, Es tu hora y ya, y no estás para poner condiciones, el padre no había sido tan estricto como se oyó en ese momento, Te toca, Nahual, y no te dilates que no hemos venido de paseo, la madre siempre es la madre, El camino es un enredijo pero con nosotros de guías llegarás en lo que debes llegar, ¿verdad, tú?, Esperen, buscó sus pantuflas, Por favor, transpiraba emocionado, Antes quisiera que, de veras tienen que ayudarme, trató de beber agua pero volcó el vaso sobre la alfombra, tras la ventana todo era luna llena, Llevo años enfrentando cualquier cantidad de adversidades y no quiero dejarlo así, es muy importante; casi nada recuerdo de mi vida pero no importa, sólo quiero salir de ésta, de veras, estoy muy cerca del final. El aire movió la cortina, No seas ridículo Nicolás, ¿qué no eres hombre? Sabemos que no es fácil controlar el temor, es natural la resistencia, ¿Fui miedoso?, No lo recuerdo, en ese momento advirtió que el perro del vecino aullaba, No fue, lo apoyó la madre, Siempre supo plantarse, acuérdate cuando se extravió en aquel naranjal, esperábamos encontrarlo llorando y nada, aparte de que no se comió ninguna en cuanto nos vio nos sonrió muy propio él, Nadie puede conseguirte tiempo m'ijo, o sea que ya es ya y no hay manera de cambiarlo, Así es, Nahual, cuando te toca, te toca. De la casa de junto llegó la voz cariñosa del señor Ferguson que intentaba tranquilizar a su perro. Se peinó con los dedos y se puso de pie, sus padres se sostenían sobre el colchón, oscilaban, Dejen que les enseñe lo que tengo en la habitación del fondo. Caminó hacia la puerta, había dado un par de pasos cuando el cristal de la ventana se corrió violentamente. Ventarrón. Silbidos. Cortina flotante. Un monje de facciones conocidas les allanó el camino y sin decir adiós, sus padres se desvanecieron por el hueco seguidos del religioso. En su lugar apareció Severiano Jiménez con su mirada torva y sus escupitajos de desprecio, ¿Y ahora? Un horrible aullido lo engulló todo. Después, un silencio de espátula, que es el silencio en estado puro.

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